PADRE IVO REVIVE EL TERREMOTO

Esta es la historia del padre Ivo Brasseur, que acababa de llegar a Chile, más precisamente a la localidad de Corral, donde fue testigo presencial de los hechos de aquella tarde dominical de 1960.

El 22 de mayo de 1960 será recordado por siempre como una de las fechas más trágicas para la comunidad valdiviana y austral en general. Aquel soleado y caluroso día domingo, un abrumador terremoto de magnitud 9.5 –el más grande del que se tenga registro- sacudía sin piedad a La ciudad y sus alrededores.
Fue precisamente el 21 de febrero de 1960, a solo tres meses del terremoto, que Brasseur, de 30 años, se arraigó en Corral para cumplir sus labores como sacerdote. Nadie, menos él, previó lo que iba a pasar aquel día. “Recuerdo que el 21 de mayo hubo un temblor fuerte en Concepción alrededor de la siete de la mañana, algunos sintieron las réplicas, pero yo no sentí nada. Al día siguiente, vale decir el 22 de mayo, me encontraba cerca de la bahía cuando comenzó el terremoto alrededor de las tres y media de la tarde. En ese instante algunos jóvenes me comenzaron a gritar que me cuidara. Veía las casas de madera moverse de un lado a otro, señoras gritando de terror. Era fuerte, pero yo me sorprendía de que nada caía. Una de las cosas que más me llamó la atención fueron los barcos que estaban varados en el muelle, de pronto comenzaron a moverse de una manera increíble, parecían verdaderos barcos de papel a la deriva”, recuerda el sacerdote.
Comenta que luego de finalizada la catástrofe acudió inmediatamente a la iglesia a verificar los daños, algunas estatuas de santos estaban regadas por el piso, pero la destrucción había sido mínima. Por contrapartida, en las calles abundaba el terror, la gente salía despavorida a los cerros, y muchas señoras con figuras de religiosos entre sus brazos, corrían al templo a buscar refugio. “Yo tuve que ponerme en el frontis de la iglesia a tratar de convencer a la gente que no entrara, por una cosa obvia, el peligro que podía significar estar en un lugar cerrado que podría desplomarse en cualquier segundo. Opté por decirles que lo mejor era que se quedaran afuera o que subieran a los cerros.
Las memorias siguen aflorando en el religioso, que evoca a su desaparecido amigo “el Tanque”, un párroco que le tocó vivir el terremoto en pleno cruce de Niebla hacia Corral en lancha. “En un abrir y cerrar de ojos llegó mi amigo “el Tanque”, que venía de Niebla en la lancha Prats. Él era un tipo muy decidido. Comenzó a decir que había que llevar a la gente a la iglesia de inmediato. Yo traté de calmarlo, de explicarle el riesgo que se producía en ligares cerrados. Él era de tendencia a exagerar las cosas, por el contrario, yo siempre era más calmado”.
Y LLEEGARON LAS AGUAS

“Subí al cerro junto con mi colega, y me di cuenta que el agua cubría todo Corral bajo, arrasando todo a su paso. Consigo llevaba una cámara filmadora, que para esos tiempos era muy escasa, y la idea QUE él tenía era filmar el acontecimiento. Yo tuve que aquietarlo y decirle que había otras prioridades en ese momento, además, como yo no soy periodista, mi trabajo en eso momentos era otro”, recuerda el padre Ivo.
Agrega que “a pesar de lo fuerte del terremoto, en Corral ninguna casa se cayó, algunas calles se agrietaron, pero muy poco. Lo peor ocurrió en Corral bajo, con el maremoto, fue una visión realmente dantesca. A pesar de aquello, en Corral no hubo víctimas, la tierra de allá es rocosa, a diferencia de lo que ocurrió en Valdivia, que es terreno blando”.
Las complicaciones que trajo el terremoto y maremoto perduraron mucho tiempo en la costera localidad. Cerca de un año sin luz mucha gente de Corral bajo quedó desamparada y la escuela era solo un recuerdo. Fue entonces que la iglesia, encabezada por el cura Ivo, se las arreglo como pudo para transformarse en un centro poli funcional de estadía. “Se albergó a michas personas dentro del recinto, incluso teníamos en el segundo piso la escuela. Ahí nos arreglábamos por turnos. También había una pequeña salita que servía de policlínico. Con el tiempo hice construir un galpón que de a poco lo fuimos remodelando para que se estableciera definitivamente la escuela”.
A pesar de lo trágico del acontecimiento, el padre también recuerda anécdotas que fueron surgiendo con el pasar del tiempo, cuando la situación era menos caótica. Con simpatía evoca la historia de una religiosa que se encontraba en Corral para la catástrofe: “había una misionera que era muy gordita, era redondita en todo sentido, porque también era muy simpática. Ella, apenas dos días antes del terremoto, había escrito una carta a su familia contándoles que hace tres meses que estaba en Chile, donde había corrido, bailado, bañado en las costas del Océano Pacifico, y digan lo que digan, la tierra no había temblado”, concluye Brasseur.