Juan "Lenguado" Araneda y sus memorias sobre el ring

(ARCHIVO 2008)

“No hay día que no salga a trotar, al menos por una hora”, comenta Juan Araneda, mientras los trofeos y un par de desgastados guantes de box adornan la muralla de su hogar. Es que en esa pared se podría resumir gran parte de lo que fue la vida y pasión del “Lenguado”; el deporte de los puños, que lo tuvo en lo más alto de Chile y el sub continente conquistando el Campeonato Nacional Amateur en 1974 en peso mosca; campeón profesional chileno en los Súper Gallo, para culminar con la gloriosa noche del 24 de Octubre de 1981, cuado en la misma categoría, se consagraba como el mejor de Sudamérica al derrotar al argentino César Villarroel, en un título reconocido por la Federación Internacional de Boxeo.
Algunos recuerdos se mantienen intactos, otros con el pasar de los años se han ido borrando, pero una carpeta llena de recortes y artículos sobre sus mayores hitos lo ayudan a relatar sus vivencias dentro de un cuadrilátero: “para mí fue muy bonito haber estado en lo más alto de Sudamérica, sin embargo, y contrariamente a lo que se podría pensar, fue algo que me trabó la carrera, en cierta forma me la cortó. Esto debido a que no tuve la oportunidad de tener un empresario que me estuviera promocionando constantemente, por ejemplo, muchas veces se postergaron combates porque pensaban que yo cobraba muy caro”.
Como campeón chileno y sudamericano, podría haber llegado mucho más lejos, por ejemplo, haber salido más afuera del país, pero no se pudo. Por otro lado, el apoyo estaba todo en Santiago, era muy poco lo que se destinaba a regiones y menos a Valdivia.
Y aunque el soporte no era el adecuado, Araneda señala que por aquellos años se podía vivir relativamente del boxeo. Enfatiza que en la capital siempre se estaban realizando veladas, y en Valdivia se “vivía una buena época, especialmente en la década de los 70, con el “Flojo Jaramillo”. Cuando este hombre se retiro, se intentó reactivar este deporte, pero nunca fue lo mismo, ya que las veladas no eran buenas. Pasó algo similar en Santiago, donde empezaron a traer a puros peleadores centroamericanos que realmente daban lástima”.
Hoy en día, “Lenguado”, recalca que en la ciudad el pugilato está prácticamente muerto, pero “queremos ver posibilidades de volver a levantarlo, para ello me encuentro trabajando como entrenador de jóvenes en el Club Arturo Godoy. Creo que hace falta gente más entusiasta, además los dirigentes no son los mejores. Sin embargo existe harto entusiasmo de parte de estos chicos, lo que es muy bueno y a la vez alentador. En el gimnasio de repente me llegan de 10 a 15, incluso el otro día tuve a 30 muchachos”.
Como buen entrenador, acentúa que le gustan las cosas con seriedad y elegancia a la hora de la verdad, por lo que a sus pupilos siempre les está inculcando que “en esto muchos piensan que es subirse al ring y empezar a tirar combos como locos. Yo les digo, cabros, hay que saber pararse bien, poner una buena defensa y lanzar golpes con calidad y técnica. Si la idea es pararse como un luchador refinado, no agachar la cabeza y a hacer cualquier cosa. Al que no le gusta la manera como enseño que tome sus cosas y se vaya a otro club”.


AL MAESTRO CON CARIÑO

Son muchos los que califican al pugilato como un deporte rudo, casi peligroso para la salud, y es cierto, a través de los años el cuerpo y especialmente la cabeza son los que han recibido la mayor parte del castigo, sin embargo Juan no se arrepiente de su profesión. Es más, comenta que desde chico era muy bueno para los puñetazos, “y por lo general andaba peleando en las calles. Recuerdo que en mi población unos chicos hacían guantes de género y todas las noches estaban métale combo en medio de la calle. Yo llegué y me metí no más… Después de un tiempo nadie quería pelear conmigo, ya les había pegado a todos. De a poco me fui interesando cada vez más, hasta que todo se torno profesional, donde la cosa no es fácil. Por ejemplo, para llegar a un nivel óptimo tienes que estar entrenando continuamente, mínimo 1 a 2 horas en el gimnasio durante todos los días”.
Rutina que le ha costado dejar, ya que diariamente el trote forma parte de su vida, ya no como preparación para una contienda, sino en su faceta del atletismo, deporte que adoptó luego de colgar los guantes. “Si no entrena anda de mal humor”, acota su esposa, a lo que el Juan responde que “es algo difícil de dejar, cuando naces deportista, mueres como tal. Incluso ando de mal humor y cansado si no hago mis ejercicios a diario”.
El hombre que también fuera seleccionado chileno civil y del ejército sabe que los días de gloria ya son cosa del pasado, es tal vez por eso que derrama más de una lágrima cuando piensa en el afecto que la gente aún le exhibe en la calle, de lo cual se siente enormemente orgulloso y agradecido.
Su tiempo quedó atrás, no así el de sus alumnos. Quizás en un par de año Juan Araneda vuelva a estar cerca de un cuadrilátero, ya no como pugilista, sino como entrenador de las futuras promesas que con tanto ahínco espera ver surgir.